"Apenas ahora le caía el peso de saberse vencido, la certidumbre que Estela y Hugo ya se habían marchado y muy pronto, entre bebidas y meseras, sabrían sonreír de verdad, no con esos labios que en ese momento Miguel torcía a la fuerza, al tiempo que aflojaba las piernas para sentarse en flor de loto justo bajo la lluvia de la regadera. Luces hermosa, Estela. Pide lo que quieras, Estela. Y ahí dejo correr el tiempo, sin angustia ni rencores, aceptando que ese era el remate lógico para su día."
DAVID TOSCANA
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